«En un buen año podía llegar a ganar 100 millones de pesetas» Este subastero coruñés reconoce que las reformas legales y los cambios en el mercado han limitado el negocio de las pujas fuente: la voz
Son los auténticos señores de las subastas inmobiliarias. Los pasillos de los juzgados, el parqué en el que cotizan las acciones de su patrimonio. Se los conoce como subasteros y han hecho de la especulación su modo de vida. Uno de ellos, que prefiere mantener oculta su identidad bajo el nombre ficticio de Carlos, accedió a dar su testimonio a este periódico. Este coruñés se introdujo al mundo de las subastas judiciales en 1994, arropado por el respaldo económico que le proporcionaban otros negocios que regentaba. Carlos reconoce que tuvo la suerte de vivir la época dorada de las pujas, antes de los cambios legales del año 2001: «En esos años, la morosidad se limitaba a gente que se metía en negocios que iban mal u otros que veían mermados sus ingresos. A esto se unía que los bancos solo daban créditos por el 70 o 80% del valor de tasación, por lo que se podía conseguir un piso a partir de tres o cuatro millones que podías colocar fácilmente en el mercado a partir de los siete millones». «Cuando empecé, lo que no doblaba el dinero era una mala operación». Los años dorados llegaron, no obstante, entre el 2000 y el 2004, al calor de la burbuja inmobiliaria. «Con el tiempo se fueron acabando esas gangas, por los cambios en las leyes y por el comportamiento de los bancos, que cuando tenían un piso en una buena zona preferían venderlo por su cuenta. Solo sacan a subasta los que tienen menos valor en el mercado libre. Pese a todo, el dinero se movía mucho más rápido, había más transacciones, y eso permitía que en un buen año pudieses llegar a ganar unos cien millones de pesetas». Carlos reconoce que el particular modus operandi de los subasteros pone muy difícil a los particulares poder recuperar la vivienda que les embargan: «En este mundo nos conocemos todos y los tratos se cierran antes de entrar a la sala». Es en los pasillos donde se decide cuál de ellos se quedará con cada piso y cuánto tendrá que pagarles a los demás. «De lo que se trata es de no subir la puja. Dices cuánto quieres por no entrar y ya está. Muchas veces se gana más dinero fuera que dentro». Gracias al bloqueo, los subasteros conseguían un gran beneficio al revender la vivienda a su anterior dueño, que normalmente continúa viviendo en ella. «Lo que hacíamos era pactar con los bancos para amortizar nosotros sus deudas y que ellos les otorgasen después otro préstamo con el que nos pudiese recomprar la vivienda. Se ganaba dinero rápido y la persona podía quedarse con el inmueble. Eso te evita muchos problemas porque el desahucio es un proceso muy lento y como haya niños o personas dependientes de por medio puede eternizarse». Otro de los negocios que les están aportando mucho dinero es el de la financiación: «Hacemos préstamos de dinero privado a gente a la que los bancos no les dan ni un euro, pero siempre con una garantía hipotecaria». En la mitad de los casos, reconoce, se ejecuta la hipoteca para poder mantener una estructura piramidal en la que la cuota de uno permite prestar dinero al siguiente sin recurrir a fondos propios. El momento actual, asegura Carlos, no es bueno. «El problema es que por un lado los pisos tienen una carga excesiva, porque los bancos daban hipotecas por encima de las tasaciones. Muchas veces el precio por el que compras el piso y la carga supera el valor de mercado. Y, por encima, los bancos han cortado el grifo y no dan créditos, así que ya no te interesa la operación porque es muy difícil encontrar a quién vendérselo. No se gana ni el 30% de lo que se ganaba antes».
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